Bajo del tren y lo primero que veo son sus ojos, antes incluso que su larga melena negra, sus llamativos labios pintados de rojo o su vestidito de flores estampadas. Ella también encuentra mis ojos y nos quedamos mirando unos minutos, como si alguien hubiese pulsado el pause de la película que protagonizamos.

Entonces nuestro espectador pulsa el play, y ambos nos movemos repentinamente apartando la mirada el uno del otro: ella baja la vista y se ríe, yo me giro y agarro mi maleta, que había dejado abandonada a unos centímetros de mí.
Nos acercamos.

– Hola- digo.
– Hola.

Y no sé qué más decir. Quiero pasar a la siguiente escena, en que reímos y charlamos animados mientras tomamos una cerveza en una terraza. Pero no, seguimos ahí, y nos observamos con una risita estúpida en los labios.

Esto empieza a ser incómodo.

– En realidad no puedo hablar mucho contigo – dice ella-. Tengo que coger ese tren de ahí – señala algo detrás de mí con un movimiento de su cabeza.
– Ah – digo. Parezco idiota. ¿Qué me pasa? ¿Por qué no se me ocurre nada que decirle? Hace tanto tiempo que no la veo que he perdido esa frescura que sentía antes con ella-. Cuánto tiempo.
– Sí, mucho -. Se retira un mechón de pelo de la cara y se lo coloca detrás de la oreja, mientras se ríe y asiente con una brusquedad exagerada con la cabeza.
– Por lo menos hace cuatro veranos, para las fiestas del pueblo -. Entonces pienso que tal vez ella no quiere hablar de eso. Porque en las fiestas del pueblo de hace cuatro veranos, la última vez que nos vimos, estábamos besándonos con pasión, mordiéndonos los labios, tocándonos el culo y enredando nuestros cuerpos. Y a veces las chicas se sienten incómodas hablando de estas cosas.
– He pensado mucho en ti estos años.

Joder.

Suelta esa frase, interrumpe mis pensamientos y se queda tan tranquila, como si hubiera dicho algo como «Hace mucho calor».

Entonces me doy cuenta de que yo también he pensado mucho en ella, que sus ojos me han acompañado todos estos años, cuando los buscaba en cada chica que he besado desde entonces.

– Yo también he pensado mucho en ti… mi romántico e idílico amor de verano – intento sonreír, pero solo alcanzo a gesticular una mueca.
– ¿Puede algo ser romántico e idílico con Paquito el chocolatero de fondo?
– Lo romántico fue besarnos a pesar de Paquito el chocolatero.

Se ríe.

– Oye… – le quiero proponer algo- ¿No te apetece tomar una caña conmigo? No cojo el bus del pueblo hasta dentro de dos horas…
– Es que tengo que coger ese tren… no tengo tiempo.
– Ya, claro, lo entiendo… ¿no irás al pueblo para las fiestas este año?
– No creo…
– Me gustaría estar más tiempo contigo.

Vuelve a reírse. Y me dan ganas echármela al hombro y salir corriendo con ella. Pero mejor no, podría ser un escándalo.

– A mí también- dice-. La verdad es que me siento muy a gusto contigo, pero…
– Ya, tienes que coger ese tren…

Volvemos a quedarnos callados y sonriendo. De verdad, parecemos dos idiotas, pero estaría así todo el día. Entonces ella suelta una carcajada y se lleva una mano a la cara, y me mira con inocencia con los ojos ocultos entre sus dedos.

– ¿De qué te ríes?

Escucho un ruido en la vía que hay a mis espaldas; a veces no está tan mal perder un tren.


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