-No me gusta hablar del futuro.
Me lo dijiste durante nuestra primera Navidad juntos. Aquella temporada en que vivimos en tu estudio de Francia. Te acababa de preguntar qué era lo que deseabas para el siguiente año, y esa fue tu respuesta.
-Yo solo deseo que la próxima Navidad la volvamos a pasar uno al lado del otro – dije. Y como respuesta solo me diste un beso con sabor a vino.
Abro otra lata de cerveza y me siento en la cama, con el ordenador en el regazo. Si estuvieras aquí me mirarías desde el escritorio y me regañarías. Me dirías que se me iba a caer la lata por todo o, peor, que iba a terminar echando barriga si seguía bebiendo tanta cerveza. Aunque luego te acercarías a mí con una sonrisa, pasarías una mano por mi vientre y se te olvidaría el cabreo.
-¿No me querrás cuando sea viejo y gordo? – te preguntaría yo.
Doy un trago a la cerveza. Estoy solo en casa y desde la minicadena suena The Cure a todo volumen. Siempre que escucho Friday I’m in love me acuerdo de ti bailando, tan solo con alguna de mis camisetas puesta, mientras terminaba de hacerte la cena. Estudiabas tanto que al terminar no podías evitar saltar por toda la casa.
Aunque eso era al principio. Creo que pronto te cansaste de esa rutina que adquirimos. En el fondo siempre he creído que no te gustó lo que hice. Que aplazara mis estudios un año para poder estar contigo todo ese tiempo, buscando trabajos de mierda que no me duraban nada. Yo te decía que solo era algo temporal, que podíamos organizarnos en los años siguientes para que ambos pudiésemos terminar nuestras carreras y, a la vez, estar juntos. Incluso una vez te sugerí que podías pedir un Erasmus en mi universidad, en Edimburgo, para hacerlo todo mucho más fácil.
-No me gusta hablar del futuro.
Cómo te gustaba repetir esa frase. Y cada vez que lo hacías, yo te decía que éramos jóvenes, y que el futuro era lo único que teníamos.
A mí me encantaba soñar con lo que estaba por venir, qué haríamos, dónde viviríamos, si seguiríamos tan enamorados o si ya habría echado esa barriga cervecera que tanto te preocupaba.
Qué pena que cuando ese futuro llega (si es que alguna vez llega algo parecido) ni siquiera te das cuenta. Y, desde luego, no es como lo habías imaginado.
De pronto apareces como conectada en Skype. Iniciamos la videollamada. Doy un trago de mi cerveza. Bajo un poco el volumen de la música, aunque esté sonando mi canción favorita, y tu cara me sonríe desde la pantalla.
-¿Qué haces sin camiseta? ¡Estamos en diciembre, tiene que hacer muchísimo frío allí!
Me río.
-Pues tú me tienes que contar cómo es eso de estar pasando la Navidad con ese calor- digo-, es algo que no me puedo ni imaginar.
-Es raro, sí.
Lo raro es verte ahí, en esa pantalla, sabiendo que estás tan lejos. Hace un par de meses estábamos viviendo juntos en Francia. Y yo era feliz. Ahora yo estoy de nuevo en Edimburgo, en casa de mis padres. Y tú estás en Chile.
Aún recuerdo el día en que me dijiste que habías pedido una beca para estudiar allí. Era marzo, y llevaba ya unos meses viviendo en tu estudio. Me lo dijiste sin más, mientras estábamos tumbados en la cama, una mañana de esas en que nos despertábamos haciendo el amor.
-¿Entonces por fin vamos a hablar del futuro? – te dije con una sonrisa pícara, rodeándote con un brazo. Pero tú permanecías seria.
-¿Es que te da igual?
No. No me daba igual. Pero me pilló tan de sorpresa que no supe qué responder. Pensé que querías romper conmigo. Pensé que estabas bromeando. Incluso pensé que me parecía algo genial para ti. Por fin querías hablar del futuro. Justo cuando conseguiste que yo ya no quisiera saber nada de él y solo deseara permanecer en aquella cama, a tu lado, para siempre.
-Ya se lo he comentado a mis padres – te digo -. He ahorrado bastante dinero, así que les parece perfecto que vaya a verte un par de semanas en febrero…
– De eso quería hablarte… – no miras a la pantalla cuando me hablas, y eso me pone nervioso- creo que febrero me viene un poco mal.
-¿Por qué?
-Tengo un montón de entregas de trabajos, y los chicos de clase y yo ya hemos comentado que haremos un viaje en cuanto estemos un poco libres… algo así entre amigos.
-Bueno, podemos dejarlo para marzo.
-No sé… piensa que en abril vuelvo a Francia… igual es una tontería que vengas hasta aquí y te dejes un dineral si al mes siguiente vuelvo a Europa.
-Lo dices como si Europa fuera una ciudad en la que nos encontramos a diario…
-No, joder… no te pongas así…
-¿Tú quieres que vaya?
Tardas unos segundos en contestar. Los suficientes como para que no necesite escuchar todo lo que me dices después, eso que hace que todo lo que tengo alrededor me asfixie. Que está siendo difícil. Que me quieres mucho. Que estás conociendo a mucha gente. Que me echas de menos. Que no te gusta hablar del futuro. Que es mejor que todo suceda como tenga que suceder.
Que lo sientes muchísimo.
El corazón me late tan deprisa que creo que puedes escucharlo. No sé qué decir. Llevamos unos minutos callados. Siento que si hablo estallaré en lágrimas.
-Clara…
Abro la boca y consigo decir tu nombre. Pero para entonces desde el ordenador lo único que me mira es mi propio reflejo.
En mi habitación suena To wish impossible things.
Cuando el futuro por fin llega, lo único que queda es el pasado.
Me ha encantado tu relato breve, estoy deseando leer mucho más de lo que escribes. Seguro que llegas muy lejos.